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miércoles, 18 de enero de 2012

HORACIO QUIROGA


El almohadón de pluma

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el
carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería
mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando
volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta
estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses –se habían casado en abril– vivieron una dicha
especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo
de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante
de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura
del patio silencioso –frisos, columnas y estatuas de mármol– producía
una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del
estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba
aquella sensación de desapacible frío.
Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban
eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su
resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante,
había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía
dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su
marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se
arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca.
Al fin unatarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él.
Miraba indiferente a uno y otro lado.
De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por
la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al
cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la
menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún
quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció
desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención,
ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé –le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja–.
Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana
se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia
de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más
desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio
estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin
oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también
con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con
incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos.
A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,
mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al
principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos
desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro
lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando
fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron
de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! –clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la
alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido
de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después
de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomóentre las
suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado
en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida
que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente
cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la
pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo
rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... –se encogió de hombros desalentado su médico–. Es un caso
serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! –resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente
sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde,
pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba
su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope
casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas
olas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada
en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento
no la abandonó más.
Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni
aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron
en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente
por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media
voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio
y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono
que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de
Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola
ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! –llamó a Jordán en voz baja–. En el almohadón hay manchas
que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre
la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se
veían manchitas oscuras. —Parecen picaduras –murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz –le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando
a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos
se le erizaban.
—¿Qué hay? –murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho –articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre
la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las
plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la
boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: –sobre el fondo,
entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal
monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas
se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado
sigilosamente su boca –su trompa, mejor dicho– a las sienes de aquélla,
chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción
diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde
que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en
cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana
parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones
de pluma.

jueves, 29 de septiembre de 2011

viernes, 26 de agosto de 2011

ELUVEITIE - Inis Mona


Nemesea No More Clip


Ophelia's Dream - Interlude II / Quae Dementia


SIRENIA - The End Of It All


Virgin Black Lamenting Kiss


Type O Negative - Love You To Death


THE GATHERING - Leaves (OFFICIAL VIDEO)


lacrimosa alleine zu zweit video official (HD)


EPICA - Feint


Draconian - Heaven Laid In Tears (live in Rivne, Ukraine)


Chaostar - Embrace.


Darzamat - The Burning Times


miércoles, 22 de junio de 2011

Andrea Chénier de Umberto Giordano

Mataron a mi madre
en la puerta de mi cuarto;
Moría y me salvaba!
después, de madrugada
yo con Bersi vagaba,
cuando de pronto
un lívido brillo parpadeaba
e iluminaba delante de mí
la oscura calle!
¡Miro!
¡Ardía mi casa!
¡Y así quedé sola!
¡Y alrededor la nada!
¡Hambre y miseria!
¡La necesidad, el peligro!
Caí enferma,
y Bersi, buena y pura,
de su belleza hizo negocio,
¡un contrato por mí!
¡Llevo la amargura a todo el que me quiere bien!
¡Fue en aquel dolor
que a mi vino el amor!
Voz llena de armonía y dice:
"¡Sigue viviendo! ¡Yo soy la vida!
¡En mis ojos está tu cielo!
¡Tú no estás sola!
¡Tus lágrimas enjugo!
¡Estoy en tu camino y soy tu soporte!
¡Sonríe y espera! ¡Yo soy el amor!
¿Es todo lo demás sangre y fango?
¡Yo soy divino! ¡Yo soy el olvido!
Yo soy el Dios que baja al mundo
del empireo, y hace de la tierra
¡un paraíso! ¡Ah!
Yo soy el amor, el amor, el amor"
Y el ángel se acerca, me besa,
¡y es el beso de la muerte!
Mi cuerpo es de moribunda.
Conque tómalo.
¡Yo soy ya una cosa muerta!

lunes, 2 de mayo de 2011

Atraído en pies descalzos por extraño suelo
Olvidados , juntos y ajenos
Tierra cansada , abierta y cerrada
Perfume de tinte morado
Me ciñe tu rancio hedor
Carroña de roble
Que no alimenta las bestias de mármol
Gente en suave piedra vestida
Recuerdo entero
Cae sobre tu atardecer la noche
Y crecen húmedos muros
Que a negros ángeles retienen
Vuela el cuerpo cansado
Bajo la tierra descansa
Suelta el aliento
Deja a los gusanos , ponerse tu ropa
Ya ni a nosotros mismos podemos tocar
Tan solos quedamos

Aesma Daeva-D'Oreste-Mozart

jueves, 17 de febrero de 2011

Julio Cortazar

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Moonspell Luna

The Sins of Thy Beloved - Partial Insanity

martes, 28 de septiembre de 2010

ARTHUR SCHOPENHAUER

Cuando la punta del velo de Maya se ha levantado ante los ojos de un hombre , de tal suerte que ya no hace diferencia egoísta entre su persona y los demás hombres , y toma tanto interés por los sufrimientos extraños como por los propios , llegando a ser caritativo hasta la abnegación , pronto a sacrificarse por la salud de los demás .
Ese hombre ha llegado hasta el punto de reconocerse a si mismo en todos los seres , considera como suyos los sufrimientos de todo lo que vive , y debe apropiarse del dolor del mundo .
Ninguna angustia le es extraña . todos los dolores que oye referir , hasta los mismos que el concibe , hieren su alma como si fuese el la propia victima de ellos .
Insensible a las alternativas de bienes y de males que se suceden en su destino , libre de todo egoísmo , descubre los velos de la ilusión individual . Todo lo que vive , todo lo que sufre esta igualmente cerca de su corazón . Concibe el conjunto de las cosas , su esencia su eterno flujo , los vanos esfuerzos de las luchas interiores y los sufrimientos sin fin ; por todas partes a donde vuelva su mirada ve al hombre que sufre , al animal que sufre y un mundo que se desvanece eternamente . desde entonces ùnese a los dolores del mundo mas estrechamente que el egoísmo a su propia persona .
Con tal conocimiento del mundo , ¿ como podría con incesantes deseos afirmar su voluntad de vivir , adherirse mas y mas a la vida y abrazarla cada vez mas estrechamente ? El hombre seducido por la ilusión de la vida individual , esclavo del egoísmo , no se ve en las cosas sino lo que atañe a su persona , y toma de ellas motivos siempre renovados para desear y querer . Por el contrario , el que penetra la esencia de las cosas en si , el que domina el conjunto , llega al descanso de todo deseo . Desde entonces , la voluntad se aparta de la vida , rechaza con espanto los goces que la perpetúan . El hombre llega entonces al estado de renunciamiento voluntario , de la resignación , de la tranquilidad verdadera y de la ausencia absoluta de voluntad .